sábado, 23 de junio de 2012


EDAD MODERNA.


DISCURSO POÉTICO.

      Como una etapa intermedia entre el Renacimiento y el Barroco se puede distinguir el llamado estilo manierista, que, entre fines del siglo XVI y principios del XVII, creó un arte y una literatura que aspiraban a una mayor expresividad, complaciéndose en lo insólito y a veces artificioso. Así, frente al clasicismo renacentista, empezó a prevalecer el anticlasicismo, la subjetividad en el tratamiento de los temas, junto a una excesiva ornamentación y dinamismo.


     En este período de acomodación a las nuevas inquietudes artísticas se puede situar la poesía épica de dos españoles que residieron en América desde muy pronto: Bernardo de Balbuena, autor de la Grandeza Mexicana y El Bernardo, y Fray Diego de Hojeda, que publicó una epopeya religiosa, La Cristiada

     Por lo que respecta a la poesía lírica, con el único antecedente de Mateo Rosas de Oquendo, su manifestación es netamente barroca, más aún si tenemos en cuenta que dentro de ella resalta la figura más sobresaliente y representativa del barroco latinoamericano y quizá de toda la larga etapa colonial: sor Juana Inés de la Cruz.

    Además, destacan otros poetas como fray Miguel de Guevara en México, el colombiano Hernando Domínguez Camargo o el argentino Luis de Tejeda y Guzmán. Asimismo, sobresale en Perú Juan del Valle Caviedes, caracterizado por una poesía de tono festivo y satírico, y en Colombia, sor Francisca Josefa del Castillo y Guevara, autora de poemas místicos.

   Dos son los poetas que sobresalen como representativos de una poesía neoclásica: el ecuatoriano José Joaquín de Olmedo (1780-1847) y el venezolano Andrés Bello (1781-1865). En ellos existe una evidente preocupación métrica y un interés por resaltar aspectos políticos y sociales, además de hacer patente la presencia de lo americano.

   Por su parte, la poesía romántica encontró favorable eco en un abundante número de escritores. Entre ellos destacan los argentinos que conforman el grupo de los proscritos, opositores a la dictadura de Juan Manuel Rosas. Entre ellos se encontraba la figura de José Esteban Echeverría (1805-1851). De sus poesías, Elvira o la novia del Plata (1832), Consuelos (1834) y Rimas (1837), resalta «La cautiva» (del último libro), un largo poema que trata de las desventuras de una mujer blanca, retenida por los indios. En Cuba son especialmente significativas las obras de Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873). Paralelamente, durante el XIX se desarrolla en torno al Río de la Plata la poesía gauchesca. Centrada en la figura del campesino nómada de la Pampa, recurre, en general, a un lenguaje que recoge los usos dialectales y vulgares de este colectivo. El interés por el mundo del gaucho se enmarca en el renacimiento del nacionalismo y la búsqueda de lo autóctono propios del siglo XIX. La fama de José Hernández (1834-1886) queda ampliamente justificada con el poema narrativo Martín Fierro, la obra más significativa del período. Su éxito provoca la prolongación de la poesía de materia gauchesca en el siglo XX.
Pero, además de estos primeros poetas, destaca un grupo de autores más jóvenes que siguen también la estela de la estética romántica. Con ellos se desarrolla la última etapa del movimiento. Cabe destacar entre ellos al chileno Guillermo Blest Gana y al colombiano Rafael Pombo (1833-1912). Así también merece una atención especial la figura del uruguayo Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931), autor de Tabaré, un poema que convierte en mito la figura del indio uruguayo.

Autores:

Bernardo de Balbuena: Grandeza mexicana, Compendio apologético en alabanza de la poesía, El Bernardo, o Victoria de Roncesvalles.
Fray Diego de Hojeda: La Cristiada.
Mateo Rosas de Oquendo: Las cosas que pasan en Perú.
Sor Juana Inés de la Cruz: Poesía amorosa, entre sus poemas más destacados encontramos Primero sueño, Redondillas y Hombres necios.
Fray Miguel de Guevara: No me mueve, mi Dios, para quererte.
Hernando Domínguez Camargo: Invectiva Apologética, Poema Heroico de San Ignacio de Loyola y, y si yo soy una loca.
Luis de Tejeda y Guzmán: Romance de su vida, Romances al Niño Jesús, A las soledades de María Santísima, Fénix de Amor, El árbol de Judá, Sobre la Encarnación del Verbo, Canción Sáfica y Real y su soneto a Santa Rosa de Lima y El Peregrino en Babilonia.
Juan del Valle Caviedes: Diente del Parnaso; Guerras físicas, proezas medicinales, Caballeros Chanflones, Carta a Sor Juana Inés de la Cruz, Entremés del amor alcalde, Baile del amor médico y Baile del amor tahúr.
Sor Francisca Josefa del Castillo y Guevara: Afectos espirituales y Vida.
José Joaquín de Olmedo: La Batalla de Junin, Canto a Bolívar, Alfabeto para un niño; Al General Flores, vencedor en Miñarica; Al General Lamar y Epitalamio.
Andrés Bello: El romance a un samán, A un Artista, Oda al Anauco, Oda a la vacuna, Tirsis habitador del Tajo umbrío, Los sonetos a la victoria de Bailén, A la nave (imitación de Horacio), Alocución a la Poesía, Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida, El incendio de la Compañía (canto elegíaco).
José Esteban Echeverría: Elvira o la novia del Plata, Consuelos y rimas, La cautiva.
Gertrudis Gómez de Avellaneda: A la muerte de Don José María de Heredia, Al árbol de Guernica, Al partir, Amor y orgullo, Paisaje guipuzcoano, ¡Perla del mar! ¡Estrella de occidente!; Suspende, mi caro amigo; Tus cuerdas de oro en vibración sonora, Un tiempo hollaba por alfombras rosas y Voz pavorosa en funeral lamento.
Guillermo Blest Gana: Poesías y Armonía.
Rafael Pombo: La hora de tinieblas.
Juan Zorrilla de San Martín: Notas de un himno, La leyenda patria y Tabaré.

“Inundación Castálida” de Sor Juana Inés de la Cruz
Movimiento: Barroco

Comentario desde el Canon literario: “Inundación Castálida” de la religiosa y poetisa Sor Juana Inés de la Cruz, fue el primer libro que se editó de su obra, siendo su primera aparición en el año 1689 en Madrid.
Estructuralmente, se puede dividir el libro en cuatro partes; la primera es la “lírica personal”, que posee una gran variedad de temas, desde poemas filosóficos hasta agradecimientos u homenajes. La segunda parte son las “Loas” que básicamente son composiciones dramáticas. La tercera parte consta de villancicos; y son poemas  que  originalmente se escribían para ser cantados en la iglesia. Finalmente encontramos “Neptuno” que es una colección de prosa y poesía sobre el arco y el catedral que estaban construyendo para la llegada del nuevo virrey a México. La figura de Neptuno es utilizada como un simbolismo y representa al nuevo gobernante.
Comentario desde el Sistema literario: A través de esta obra se logra apreciar una muestra de la literatura barroca del Siglo de Oro con un estilo artificioso, conceptista y culteranista. En ella hay una marcada influencia de Luis de Góngora,  frecuentes las referencias a la mitología griega y el uso de anáforas.
En esta obra, podemos ver el anhelo de la poetisa por aprender, la fuerza con la que defendía su posición constitucional frente a la vida, sus ideales. Sor Juana, por medio de la poesía, buscaba expresar de una forma única y original lo efímero de la vida, su  descontento frente al machismo, al abuso de poder y al exceso de lujos.

http://www.hispanista.org/libros/alibros/28/vers/lb28a.pdf



DISCURSO NARRATIVO.
    
   El contexto artístico de la época, en el que el estilo renacentista ha dejado paso a un estilo barroco, se deja sentir también en las obras con elementos narrativos.
  Entre los autores más representativos están Diego Dávalos y Figueroa, cuya Miscelánea austral presenta interés por la narración de hechos reales e imaginarios, o Bernardo de Balbuena, que escribe el Siglo de Oro en las selvas de Erífile, una especie de novela pastoril.
   Destacan también Juan Rodríguez Freile, autor colombiano que publicó El carnero, primera obra de carácter narrativo de importancia; Francisco Bramón, y el chileno Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, quien emplea sus propias experiencias entre los indios araucanos en su relato Cautiverio feliz y razón individual de las guerras dilatadas del reino de Chile. Asimismo, Carlos de Sigüenza y Góngora, erudito mexicano y amigo de sor Juana, dejó una importante obra, entre la que destaca su relato breve Los infortunios de Alonso Ramírez (1690). En ella narra las aventuras de un marino puertorriqueño desde Filipinas hasta Yucatán, y de los padecimientos sufridos en poder de piratas ingleses.

  Dentro de la prosa ilustrada destaca la obra del mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827), que consolidará el género novelesco en Hispanoamérica. Su labor como novelista se desarrolló en los siguientes títulos: Periquillo Sarniento (1816), La Quijotita y su prima (1818), Noches tristes y día alegre (1818) y Don Catrín de la Fachenda (1832). En el prólogo a la obra, el narrador de Periquillo Sarniento manifiesta sus intenciones: «Cuando escribo mi vida, es solo con la sana intención de que mis hijos se instruyan en las materias sobre que les hablo», y, aún más, «si les manifiesto mis vicios no es por lisonjearme de haberlos contraído, sino por enseñarles a que los huyan pintándoles su deformidad». Esta intención pedagógica, edificante, moralizadora, es la nota relevante de la narración del pícaro mexicano, desde su nacimiento hasta su muerte. Asimismo, su obra supone una virulenta sátira política a las costumbres de una nueva sociedad.
En la prosa romántica hispanoamericana predomina el relato breve (tanto en la modalidad de artículo de costumbres como del cuento) y la novela alcanza una importante representatividad en sus directrices histórica, costumbrista, indianista o sentimental.
  En la literatura argentina, El matadero (1838), de Esteban Echeverría, es un ejemplo de la oposición del autor a la tiranía de Rosas. También se puede decir con propiedad que es uno de los principales antecedentes de la novela sobre la dictadura en Latinoamérica. Destaca también Domingo Faustino Sarmiento, cuya obra cumbre es Facundo, un alegato contra el despotismo de Rosas y un fiel reflejo de la oposición civilización-barbarie (o dictadura). José Mármol (1817-1871) representa con Amalia, «novela histórica americana» (1855), el romanticismo social imperante por esos años. Es quizá la diatriba más violenta contra la tiranía de Rosas, haciendo suya a la vez la antítesis sarmientina.
  En la literatura colombiana surgen voces como Eugenio Díaz (1804-1865), autor de Manuela, una de las novelas representativas de la primera generación romántica. Jorge Isaacs (1837-1895) es el autor de María (1867), la novela latinoamericana romántica por excelencia. Isaacs expuso idealizados en ella los conceptos del amor puro y de la vida rural; en sus páginas, la huella del romanticismo francés queda equilibrada por un tratamiento realista.
En Cuba, Cirilo Villaverde (1812-1894) es el autor de Cecilia Valdés, una historia de amor funesto, que trata las relaciones incestuosas entre dos hermanos que ignoran ser hijos de un mismo padre. Es además una recreación de la sociedad habanera y una denuncia contra la situación inhumana del esclavo. Otros dos nombres de notables narradores cubanos son: Gertrudis Gómez de Avellaneda, autora de Sab y de Guatimozín, y José María de Cárdenas y Rodríguez (1812-1882).
  Pero también destaca la narrativa en otros países. El boliviano Nataniel Aguirre (1843-1888) escribe Juan de la Rosa, una novela histórica, que recoge «memorias del último soldado de la Independencia», confiriéndoles dimensiones épicas. El dominicano Manuel de Jesús Galván (1834-1910) es el autor de Enriquillo, una de las narraciones históricas indianistas más notables del período. Juan León Mera (1832-1894), ecuatoriano, destaca por su novela Cumandá o un drama entre salvajes, que muestra una directa influencia de Chateaubriand. Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) se afianzó como el principal novelista romántico de México con dos historias de amores desgraciados, Clemencia (1869) y El Zarco (1901).
 El representante más importante de la narrativa realista hispanoamericana es el chileno Alberto Blest Gana (1830-1920). El costumbrismo y el realismo están presentes en sus novelas La aritmética en el amor, Martín Rivas, El ideal de un calavera, Durante la reconquista, Los trasplantados (sobre la vida de los latinoamericanos en París) y El loco Estero. Sin embargo, en Hispanoamérica los escritores pronto reciben la influencia del Naturalismo, especialmente en Argentina, donde sobresalen voces como las de Eugenio Cambaceres (1843-1888), autor de Sin rumbo (1885); Lucio Vicente López, que en La gran aldea (1884) retrata las «costumbres bonaerenses» de 1840, o Julián Martel.
  En México destacan autores como José López Portillo y Rojas; Rafael Delgado, importante cuentista, y Emilio Rabasa. Federico Gamboa es el autor de Santa, una de las obras representativas del Naturalismo latinoamericano.
 Asimismo, el uruguayo Eduardo Acevedo Díaz (1851-1921) escribió una serie de novelas de carácter histórico, conformada por la siguiente tetralogía: Ismael, Nativa, Grito de gloria y Lanza y sable. Este ciclo tenía como objetivo mostrar la realidad política y social del Uruguay. Por último sobresale la peruana Clorinda Matto de Turner (1852-1909), precursora del indigenismo latinoamericano con su novela Aves sin nido.


Autores:
Diego Dávalos y Figueroa: Miscelánea austra.
Bernardo de Balbuena: El Siglo de Oro en las selvas de Erífile.
Juan Rodríguez Freile: El carnero.
Francisco Bramón: Los sirgueros de la Virgen sin original pecado.
Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán: Cautiverio feliz y razón individual de las guerras dilatadas del reino de Chile.
Carlos de Sigüenza y Góngora: Los infortunios de Alonso Ramírez.
José Joaquín Fernández de Lizardi: Periquillo Sarniento, La Quijotita y su prima, Noches tristes y día alegre y Don Catrín de la Fachenda.
Esteban Echeverría: Dogma socialista, Ángel caído, Elvira o la novia del Plata y El matadero entre otras de menor relevancia.
Domingo Faustino Sarmiento: Mi defensa, Facundo o Civilización y Barbarie, Vida de Aldao, Viajes por África, Europa y América, Argirópolis, Recuerdos de provincia, Campaña del Ejército Grande, Las ciento y una, Comentario a la Constitución de la Confederación Argentina, Memoria sobre educación común, El Chacho, Conflicto y armonías de las razas en América y Vida de Dominguito.
José Mármol: Amalia, El poeta y El cruzado.
Eugenio Díaz: Manuela, El rejo de enlazar, Bruna la carbonera, Una ronda de Don Ventura Ahumad y María Ticince o Los pescadores del Funza.
Jorge Isaacs: María.
Cirilo Villaverde: Cecilia Valdés o La loma del ángel.
Gertrudis Gómez de Avellaneda: Sab y de Guatimozín.
José María de Cárdenas y Rodríguez: Colección de artículos satíricos y de costumbres.
Nataniel Aguirre: La bellísima Fioriana, Don Ego y Juan de la Rosa. Memorias del último soldado de la independencia.
Manuel de Jesús Galván: Enriquillo.
Juan León Mera: Cumandá.
Ignacio Manuel Altamirano: Clemencia  y El Zarco.
Alberto Blest Gana: La aritmética en el amor, Martín Rivas, El ideal de un calavera, Durante la reconquista.
Eugenio Cambaceres: Potpourri, Música sentimental, Sin rumbo y En la sangre.
Lucio Vicente López: Don Polidoro, Recuerdos de Viajes y La gran aldea.
Julián Martel: La bolsa.
José López Portillo y Rojas: La Parcela, La raza indígena, Seis Leyendas y El Derecho y la Economía Política.
Rafael Delgado: La calandria novela y Angelina.
Emilio Rabasa: La Bola, La Gran Ciencia y La Guerra de los Tres Año.
Federico Gamboa: La última campaña, Suprema Ley y Metamorfosis.
Acevedo Díaz: Tetralogía: Ismael, Nativa, Grito de gloria y Lanza y sable.
Clorinda Matto de Turner: Aves sin nido, Índole y Herencia.

“Martín Rivas”, Alberto Blest Gana
Movimiento: Realismo.

Comentario desde el canon literario: En este texto nos encontramos con un tema recurrente para las obras clásicas, el amor. En este caso se presenta la disyuntiva entre aceptar ese amor prohibido que existe entre Leonor y Martín o por otra parte dejar de lado esos fuertes sentimientos con tal de mantener las apariencias que eran tan importantes para la sociedad de aquella época, pues era simplemente imposible permitir que una joven perteneciente a la alta sociedad tuviera una relación amorosa con un joven que no poseía ningún tipo de posición social destacada. Por otro lado y muy de la mano con la temática del amor, nos encontramos con la discriminación que se encuentra reflejada en la misma imposibilidad de establecer una relación de forma libre, sin avergonzarse o esconderse del reto del mundo.
Comentario desde el sistema literario: Vemos como se muestra la sociedad santiaguina de mediados del siglo XIX por medio de la familia Encina, pues esta es rígida y conservadora, propia de la alta sociedad de aquel entonces. En el transcurso de la historia vemos como esto se convierte en un agravante para el amor que profesa Martín hacia Leonor, pues sus diferencias sociales hacen que sea muy difícil que ellos lleguen a estar juntos. Por un lado, Leonor, por una concepción conservadora sabe que no puede estar con Martín; y por otro lado, Martín se ve “muy poca cosa” para estar con una mujer como ella ¿es acaso la educación, el dinero, las vestimentas lo que hace la verdadera diferencia? ¿es posible que esta “utopía” para la época sea posible, considerando que el padre de Leonor y su enamorado militan en bandos contrarios? El estatus social y las militancias políticas marcan fuertemente el desarrollo de esta obra. Por causa de la Sociedad de la Igualdad, Martín debe poner en una balanza qué es lo más importantes, sus ideas y principios o la lucha por una mujer.

http://www.bibliotecayacucho.gob.ve/fba/index.php?id=97&backPID=87&begin_at=8&tt_products=17




DISCURSO DRAMÁTICO.

   Por un lado, sigue manteniéndose un teatro religioso, con el mismo objetivo social y educativo. Pero, a pesar de ello, cada vez se hace sentir con mayor fuerza un teatro profano, de vertientes históricas y mitológicas. Dos nombres de excepción dan más brillo a esta época: Juan Ruiz de Alarcón y sor Juana Inés de la Cruz.
   La producción dramática autóctona disminuyó considerablemente en la segunda mitad del siglo XVIII. Salvo algunas realizaciones de Agustín de Castro y de Pablo de Olavide, es poquísimo lo que se puede rescatar. En cambio, ya en plena vigencia del período neoclásico, se aprecia un despuntar teatral de cierta importancia, con dos líneas bien diferenciadas: una de temática histórico-mitológica y otra de temática costumbrista. Entre los autores neoclásicos destaca el mexicano Manuel Eduardo de Gorostiza (1789-1851), renovador de la comedia de tipo moratiniano.
   Estas dos líneas teatrales se afianzan definitivamente durante la época romántica; sobresale ahora especialmente la costumbrista. Es el momento en que los teatros nacionales logran su autonomía como expresión artística; el costumbrismo va a convertirse en un motivo generador del teatro latinoamericano.
   Daniel Barros Grez (1834-1904) es considerado el padre del teatro en Chile. De su extensa obra sobresalen La beata, Cada oveja con su pareja, El vividor y El ensayo de la comedia. Otros dramaturgos chilenos de este período fue Salvador Sanfuentes.
  En México destacan Ignacio Rodríguez Galván y Fernando Calderón. Manuel Ascensio Segura (1805-1871) es la figura más destacada del teatro peruano. Ña Catita, una de sus comedias más difundidas, contiene todos los elementos configuradores de su teatro: sátira a las costumbres y realidades sociales, afán europeizante, ironía, personajes que entran en conflicto por sus distintas intencionalidades (arribismo, oportunismo), contradicciones valorativas, etc. A la par con Segura, realiza su obra Felipe Pardo y Aliaga.
  Significativa es también la obra del colombiano Luis Vargas Tejada (1802-1829), que cultivó la tragedia de corte neoclasicista y la comedia costumbrista.
    El mayor desarrollo del teatro naturalista tuvo lugar en el Río de la Plata, siguiendo la línea costumbrista legada de generaciones anteriores.
  En Argentina, la novela de Eduardo Gutiérrez Juan Moreira (1879) fue adaptada por el cómico uruguayo José Podestá para el teatro en 1884. Este hecho se considera como el punto de partida del teatro rioplatense. Otro dramaturgo argentino fue Martiniano Leguizamón, autor de Calandria.

Autores:
Juan Ruiz de Alarcón: Los favores del mundo, La industria y la suerte, Las paredes oyen, El semejante a sí mismo, La cueva de Salamanca,  Mudarse por mejorarse,  Todo es ventura, El desdichado en fingir, Los empeños de un engaño, El dueño de las estrellas, La amistad castigada, La manganilla de Melilla, Ganar amigos, El anticristo, El tejedor de Segovia, La prueba de las promesas, Los pechos privilegiados, La crueldad por el honor, El examen de maridos, Quien mal anda en mal acaba y No hay mal que por bien no venga.
Sor Juana Inés de la Cruz: Los empeños de una casa,  Amor es más laberinto,  El Divino Narciso, El mártir del Sacramento, San Hermenegildo y El cetro de José.
Pablo de Olavide: El desertor, Hipermnestra, El jugador, Mitrídates, Tutó, Celmira, Zayda y Casandro y Olimpia.
Manuel Eduardo de Gorostiza: Indulgencia para todos, Las costumbres de antaño, Don Dieguito,
Virtud y patriotismo o el primero de enero, Una noche de alarma en Madrid y El desconfiado.
Daniel Barros Grez: sobresalen La beata, Cada oveja con su pareja, El vividor y El ensayo de la comedia.
Salvador Sanfuentes: están recopiladas en un libro llamado Leyendas y obras dramáticas.
Ignacio Rodríguez Galván: La capilla; Muñoz, visitador de México, El privado del Virrey y Tras un mal nos vienen ciento.
Fernando Calderón: A ninguna de las tres, Ana Bolena y Hernán o la vuelta del cruzado.
Manuel Ascensio Segura: Amor y política, El sargento Canuto, Blasco Núñez de Vela, La saya y el manto, La moza mala, Ña Catita, Nadie me la pega,  La espía, El resignado, Un juguete, El santo de Panchita , Percances de un remitido, Las tres viudas, Lances de Amancaes y El cachaspari.
Felipe Pardo y Aliaga: Frutos de la educación, Una huérfana en Chorrillos y Don Leocadio y el aniversario de Ayacucho.
Luis Vargas Tejada: Las Convulsiones.
Eduardo Gutiérrez: Juan Moreira y Santos Vega.
Martiniano Leguizamón: Los apuros de un sábado y Calandria.


“El dueño de las estrellas”, Juan Ruiz de Alarcón.
Movimiento: Barroco.

Comentario desde el canon: El dueño de las estrellas es un drama de proporciones épicas que muestra el afán y la inclinación del dramaturgo por los temas históricos y mitológicos, como era habitual en la literatura barroca. Ruiz de Alarcón se esmera por reproducir la retórica y los modelos literarios dominantes a fin de ser reconocido como un dramaturgo digno del mejor círculo literario de su época.

Comentario desde el sistema: Licurgo, de la isla de Creta, vive en un exilio autoimpuesto de Esparta, de donde salió para evitar que se cumpliese un sombrío horóscopo. Una noche encuentra al rey de Creta en la cama de Diana, su esposa, y en lugar de asesinar a quien le ha deshonrado se suicida, burlando así el trágico destino que le habían impuesto los astros. A ello le ha conducido la razón exasperada: a evitar la fatalidad a costa del sacrificio. Este drama ético-político da un desenlace bastante original, aunque algo exagerado, al eterno conflicto de la lealtad en la relación soberano-vasallo.

http://www.comedias.org/alarcon/duestr.html